lunes, 29 de octubre de 2012

Leímos la colección "Cuentos y leyendas de mi país"y reescribimos los que más nos gustaron

"Lluvia de buñuelos" de Miguel Angel Palermo
Parece ser- según dicen los que saben esta historia - que una vez, en un pueblo de Corrientes había una pareja de viejitos. Macanaí era el lugar, y no se gasten en buscarlo en el mapa porque hay no lo van a encontrar. Los dos vivían en un rancho que parecía a punto de venirse abajo en cualquier momento, con los postes del alero ladeados y el techo de paja medio pelado. Y no porque el hombre fuera un vago que se dejaba estar, ¡por favor! ¡Si se había desmolado desde chico como peón del campo! Pero había sido siempre medio inocentón y la verdad es que los dueños de la estancia donde estuvo trabajando se habían aprovecharlo mucho de él.Ahora ya era muy viejo y estaba muy achacoso para trabajar y no había podido ahorrar un peso como para arreglar la casa. Pero él no se desanimaba. Por eso una mañana, cuando se acordó de que ese era el día de San Filmarión (el santo patrono del pueblo le dijo a la esposa: -Voy a ir a la procesión del santito y vas a ver cómo nos va a ayudar. Y allá se fue, el trote, con el único caballo que tenían y que estaba tan viejo y achacoso como el dueño, huesudo y con tos. Llegó al pueblo, anduvo en la procesión siguiendo la imagen del santo, le dejó una vela encendida en la capilla y volvió muy esperanzado para la casa, cuando ya casi caía el Sol. A las diez cuadras, el viejo tuvo que talonear al caballo para apartarse a tiempo del camino, porque venía un auto a toda velocidad. Antes de que lo tapara la nube de tierra que levantó al pasar, pudo ver que era una camioneta bien cargada, y que la manejaba el dueño de la estancia donde él había trabajando. El viejo siguió entre la polvareda, a ciegas, y así fue como el caballo tropezó. No había visto una valijita tirada en el medio del camino. Desmontó, gruñendo un poco por el dolor de cintura, levantó la valija y la abrió: ¡estaba llena de monedas de oro! -¡Gracias, San Filmarión, gracias!-gritó y de contento volvió a subir al caballo volando, como si fuera un muchacho. No consiguió que el animal se apurara gran cosa-eso sí que hubiera sido un milagro enorme-,pero al fin llegó a la casa.- ¡Vieja!-llamó-¡Vení pronto a ver! ¡No somos más pobres! ¡Mira qué regalo nos ha echado el santo desde el cielo! Fin

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